Me encanta jugar. Siempre que puedo, me gusta sentarme delante del PC a echar el rato pegando unos tiros en ‘Delta Force‘, grindeando equipo en ‘Diablo IV‘ o en ‘Palworld‘, ‘New World: Aeternum‘ o lo que se ponga por delante en ese momento. El problema es que el tiempo no perdona y la vida adulta, menos. Cada vez es más difícil encontrar tiempo para jugar, ya sea por un motivo u otro, y en mi caso la solución ha llegado en forma de consola portátil.
Era una categoría de dispositivo que pensaba que no era para mí. Visto lo visto, ahora me preguntó por qué he tardado en hacerme con una.
Mi caso particular. Para que se entienda mejor la situación, os pongo en contexto. Yo teletrabajo y para ello uso mi PC, un PC que está en un despacho y que fue montado por un servidor para jugar en condiciones. Además, tengo un pequeño emprendimiento al que le dedico gran parte del tiempo libre que tengo por las tardes, a lo que hay que sumarle las cosas propias de la vida: compras, médicos, veterinarios, compromisos, imprevistos, etc. Qué voy a decir que no se sepa.
Total, que al final del día paso más horas que un reloj en este despacho mirando a este monitor. Así pues, cuando tengo un rato para jugar es comprensible que no me apetezca pasarlo aquí. Pero claro, ¿qué opciones hay? La consola de sobremesa es una, pero ocupar la tele no siempre es posible y no todos mis juegos de PC están en consola (ni los voy a comprar otra vez). La nube es otra, pero tampoco se puede depender siempre de que la red sea estable y todo vaya como la seda.
Esto no es para mí. La tercera vía era una consola portátil, pero había algo que me echaba para atrás: la calidad gráfica y los FPS. Estoy acostumbrado a jugar en mi PC, que monta una RTX 4070, así que para servidor es normal jugar a, como mínimo, 60 FPS con todo al máximo (cortesía de DLSS). ‘Diablo IV’, que es mi pasión y mi castigo, se mueve a 120 FPS robustos como una roca en la mejor calidad gráfica y cuando uno prueba lo bueno, volver a algo peor es complicado.
En este momento, la balanza se inclinaba más hacia lo gráfico que hacia la comodidad y versatilidad. Pero solo había una forma de salir de dudas y ver si una consola portátil podría ser la solución a mi problema del primer mundo sin lugar a dudas: probarlo por un mismo.
El proceso. Tenía claro que no quería una Steam Deck. «Pues es que SteamOS va muy bien y siempre puedes ponerle Windows e instalar…», vale, gracias Jose Miguel. Una pantalla de 1.280 x 800 píxeles de resolución a 60 o 90 Hz se me antoja escasa. Quería versatilidad y comodidad, pero tampoco estaba dispuesto a que el sacrificio fuese tan pronunciado. Mínimo tenía que ser FullHD y 120 Hz, por eso de aprovechar el plan Ultimate de GeForce Now en algunos casos.
Tampoco se podía ir de precio. La Steam Deck, realmente, es una ganga porque ya se encargará Valve de generar ingresos por otro lado (spoiler: por Steam), pero las demás alternativas son bastante más caras. 848 euros la Lenovo Legion Go, 699 euros la MSI Claw… Pero entonces me topé con la ASUS ROG Ally Z1 Extreme por 499 euros y ah, la cosa cambia.
Ese es un precio que sí estaba dispuesto a pagar por un dispositivo que, teniendo una autonomía más que mejorable (hora y media / dos horas en modo 25W, con suerte), marcaba todas las casillas. Porque también está la ROG Ally X, que tiene mejor batería, pero la idea es usarla para jugar mayormente en casa, así que tenerla enchufada me importa cero.
Pues decidido, sea la ASUS ROG Ally.
Bendito el momento. No voy a entrar a analizar el dispositivo porque eso ya lo hicimos en su momento, pero sí puedo decir que ha sido la mejor compra que he hecho en muchísimo tiempo. Tanto que ahora no solo puedo jugar, sino que lo hago más y mejor. Mejor no en el sentido de calidad gráfica, eso es evidente que no, sino en el sentido de disfrutar jugando.
Me parece tan, pero tan cómodo encender la consola, lanzar un juego de PC y echarlo a andar sin tener que preocuparme de estar otra vez en el despacho donde trabajo, de que la nube vaya bien, etc., que ha llegado un punto en que me dan igual la calidad gráfica y los FPS. Que sí, que ‘Diablo IV’ se ve de escándalo con todo al máximo, pero poder jugarlo en cualquier momento tirado en el sofá, aunque sea a 50 FPS en calidad media, media/baja, lo compensa todo.
Es un dispositivo, no este, sino el formato en sí, que me parece ideal para las personas que queremos jugar, que disfrutamos jugando, pero solo podemos hacerlo de vez en cuando. El precio a pagar es alto (prácticamente el de una consola de sobremesa o un portátil de gama media), pero lo que se gana en comodidad y versatilidad lo compensa, al menos en mi caso.
Y si quiero jugar al máximo pongo la consola en modo silencioso, abro GeForce Now y dejo que la nube se encargue de la parte dura.
Otra forma de ver las cosas. Llevo usando la consola dos semanas y no he necesitado más para darme cuenta de que mi forma de entender el «sentarme a jugar» ha cambiado por completo. Y eso que vengo de probar la RTX 5090 en Las Vegas y de jugar a ‘Cyberpunk 2077’ con todo al máximo a 300 FPS. Sin embargo, estoy en ese punto de la vida en que el tiempo es el que es.
Y sí, cierto es que a veces apetece irse al despacho a jugar en tu setup con tu monitor, tu teclado, tu ratón, tu experiencia de gama alta en general. Si sé que voy a tener dos o tres horas para hacerlo, no me lo pienso. Ahora bien, poder jugar en tu salón al lado de tu pareja, o tirado en el sofá, o echarte la última mazmorrita desde la cama también es una experiencia buenísima.
Ahora juego más y mejor. Es curioso como un dispositivo que pensaba que no era para mí ha conseguido salvar mi relación con los videojuegos. Ahora juego mucho más que antes al no estar atado a mi lugar de trabajo para disfrutar de esos títulos que me encantan. Si en algún momento quiero pantallón y ‘Diablo IV’ a 120 FPS, siempre tengo la opción de retomar mi partida en el PC de sobremesa, pero mientras tanto, si alguien me busca, que sepa que podrá encontrarme sacándole brillo a la ROG Ally.
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