He vuelto a jugar juegos retro aprovechando la llegada de emuladores a iOS. Ha sido una lección sobre el paso del tiempo

He vuelto a jugar juegos retro aprovechando la llegada de emuladores a iOS. Ha sido una lección sobre el paso del tiempo

La aprobación de los emuladores de juegos retro en iOS es una de las noticias del año en Casa Apple. Aunque el inicio fue bastante accidentado, y el primer emulador en llegar duró menos en la App Store que un código de Game Pass en el canal de Slack de Xataka, el concepto es el mismo: emuladores en iOS. Lo que hasta hace una semana parecía un oxímoron. Pero ya no lo es. Sé que en Android lleva lustros, pero uso iOS, qué le vamos a hacer.

La cosa es que como buen niño de los noventa con un iPhone en el bolsillo y el recuerdo de Squirtle en el corazón tardé menos de diez minutos en tener el emulador instalado con Pokémon Rojo Fuego, Super Mario World y Golden Sun.

No salió como esperaba.

¿Esto era tan largo y lento?

No es que pensase que iba a jugar muchas horas. Cada vez pasan más semanas entre encendido y encendido de mi Xbox, una tendencia fruto del paso del tiempo: más responsabilidades, menos tiempo libre, más necesidad de priorizar.

Ni me planteé que un emulador en el iPhone fuese a aumentar las pocas horas mensuales que ocupo a los videojuegos cada mes. Pero sí pensaba que la experiencia iba a ser diferente, invadido por la nostalgia de volver a juegos de hace más de veinte años.

En primer lugar, los tiempos no son los mismos. No me molestan los gráficos en 16 bits ni los 32.000 colores que languidecen junto a los paneles actuales, pero acostumbrados a ciertas comodidades visuales, el juego retro exige compromisos. Sencillamente se veía mucho mejor en mi memoria que en una pantalla actual.

En segundo lugar, nosotros tampoco somos los mismos. Con diez años me parecía un planazo echar tres horas a un juego y luego estudiar lo necesario para dominar sus mecánicas. Con treinta y tres ni me lo puedo plantear ni es algo que quiera hacer, y no son juegos tan casuales como para echar partidas rápidas sin involucrarnos mucho. No es que sean el ‘DOOM Eternal‘, pero exigen algo más.

Es una cuestión de ancho de banda y de la capacidad de afrontar curvas de aprendizaje. En la infancia teníamos más bien pocas, eran parte de la edad y muchas eran poco trascendentes. En la edad adulta ya tenemos demasiadas cosas de las que preocuparnos y demasiado que estudiar para que no nos den gato por liebre o para cuidar nuestras responsabilidades como para destinar tiempo a los juegos del pasado.

Esto se traduce en que hay dinámicas que ya no considero aceptables. No es una crítica a estos juegos: siguen siendo juegazos icónicos, pero resulta tedioso tener que avanzar a un ritmo que con esta edad se hace lento. Insisto: no es culpa del juego, es de esperar que ofrezcan la misma experiencia tantos años después.

Donde había una experiencia desafiante ahora solo veo gráficos llenos de nostalgia que me piden mucho más de lo que les puedo dar. Y que a cambio me han dado una lección: ningún juego del pasado se disfruta tanto como en nuestra memoria.

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Author: Javier Lacort

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