En este mundo hay dos tipos de personas: los que en la época de finales de los 90 y principios de los 2000 tuvieron un Tamagotchi y los que quisieron tener uno, pero nunca lo tuvieron. Estas maquinitas tan simpáticas que, más tarde, volverían digievolucionadas a lo bestia, fueron una parte importante de la infancia de muchas personas. Eran un juguete amable, cuqui y descorazonador cuando te veíais obligado a introducir un clip en el agujerito de reseteo porque se te había olvidado darle de comer a tu mascotilla virtual.
También fueron un golpe durísimo para Bandai y el origen de una de mis leyendas urbanas favoritas.
Contexto, siempre contexto. Los Tamagotchi lo petaron muy fuerte a finales de los 90′. Se lanzaron en Japón en 1996 y llegaron a nuestras fronteras en 1997. Fueron tan importantes que sus creadores, Akihiro Yokoi y Aki Maita se llevaron un Premio Ig Nobel de Economía (son unos premios parodia, no vayamos a confundirnos con los Premios Nobel reales). En España costaban entre 2.000 y 3.000 pesetas, unos 12-18 euros al cambio más o menos, una cifra mucho más baja que otras plataformas de juegos como la Atari 2600 o la Game Boy, que costaba 12.900 pesetas.
Se estima que para la primavera de 1998, Bandai (Bandai Namco llegaría más tarde) había conseguido vender unos 20 millones de Tamagotchis en Japón y una cifra parecida en el resto del mundo. El problema es que todo lo que sube, al final, acaba bajando y en el caso de los Tamagotchi vino en forma de pérdidas millonarias.
¿Qué pasó? Que el boom de los Tamagotchi empezó a desvanecerse. Según relatan desde Automaton, las tiendas empezaron a devolver cajas y cajas de Tamagotchis que no conseguían vender al mismo tiempo que las fábricas no dejaban de producirlos. El motivo, aparentemente, fue un problema de comunicación interna. A esto hemos de sumarle que la demanda estimada por Bandai no era la demanda real.
Muchas personas, ansiosas por conseguir un Tamagotchi, reservaban el juguete en varias tiendas. Si yo reservo un juego en seis tiendas a la vez, se hacen seis pedidos pero la venta real es una. Si escalamos esta práctica a un ámbito mundial, nos podemos hacer una idea. A ello también habría que sumarle la sobreestimación de ventas de los propios distribuidores y la llegada de las copias.
El resultado. Este desfase entre demanda y oferta ascendió a 2,5 millones de Tamagotchis, lo que provocó pérdidas por valor de 6.000 millones de yenes, unos 35 millones de euros al cambio. Y ese es el origen de la leyenda urbana que hoy nos ocupa. No está confirmada ni mucho menos, pero es bastante curiosa.
Inspiración en E.T. (el bueno, el de Atari). La historia del videojuego de E.T. de Atari es por todos conocida, pero ahí va un resumen: la peli de E.T. lo peta con la fuerza de un huracán, encargan a Atari hacer un videojuego de E.T., Atari lo hace, el juego resulta ser una castaña enorme y al final acaba enterrado. Se fabricaron cinco millones de cartuchos y se vendieron 1,5 millones. 3,5 millones (más las devoluciones) se quedaron colgados. Total, que Atari acabó enterrándolos en un vertedero de Alamogordo, Nuevo México.
Pues se dice que Bandai hizo algo parecido.
Cuenta la leyenda urbana que Bandai enterró los Tamagotchis sin vender en la isla de Odaiba, una isla artificial situada en la Bahía de Tokio. Esta isla se construyó en el año 1853 como fortaleza defensiva. Hoy es una zona más turística y, como curiosidad, tiene una de las dos únicas playas de todo Tokio, aunque el baño no está permitido. Se dice que Bandai aprovechó un periodo de reformas en la isla para esta sepultura que es, a todas luces, falsa, pero no por ello menos curiosa. Probablemente los Tamagotchi se destruyeran de una forma más convencional.
Los Tamagotchi, hoy. Aunque su popularidad no es la de antaño ni mucho menos, el negocio de la nostalgia sigue siendo fuerte. A día de hoy se pueden encontrar versiones nuevas de este juguete, así como aplicaciones y juegos para móvil. Uno de los más conocidos tiene nombre propio: Pou.
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